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Llenando la sensación de carencia.

David Loy nos comenta: “¿Por qué nadie que esté en sus cabales querría ser famoso, y quiero decir realmente famoso? Sé que la fama suele poder transformarse en otras cosas que ansiamos: dinero (vendiendo tu historia a las revistas), atracción sexual (la gente se echa a tus pies), poder (la fama equivale a grandes rasgos al éxito para artistas y políticos).  Pero ¿qué tiene de divertido ser tan conocido que no puedes ir por la calle sin correr el riesgo de que te rodeen las multitudes?   Puede que la primera vez que te suceda lo disfrutes, pero la necesidad de protegerse uno de todo eso no tardará en convertirse en una pesadez, a veces incluso peligrosa.  La molestia de los admiradores obsesivos ilustra un problema mayor. No todo el mundo se contentará con admirarte desde lejos.  Uno no puede simplemente desconectar la celebridad cuando ésta se torna inconveniente, porque no nos parece.”

Con los medios modernos, como periódicos, revistas y televisión los artistas y cantantes se hacen cada vez más famosos, no basta de boca en boca.  Desde principios de la civilización ha habido gente famosa, y por lo general fueron soberanos y conquistadores, los reyes contaban con bardos (poetas y cantores que componían y recitaban versos sobre héroes y sus hazañas, además de trasmitir mitos y genealogías  heroicas). Jesús y Buda como maestros religiosos también hicieron historia y han sido famosos por un efecto secundario de lo que lograron espiritualmente.  

David Loy nos comenta: “¿Qué significa esa fascinación por la celebridad para aquellos que no somos famosos? ¿Cómo afecta a la imagen que tenemos de nosotros mismos? En lugar de dar por sentada esta obsesión colectiva, nos iría mejor si nos preguntásemos de dónde proviene. No podemos comprenderla, me parece a mi, a menos que consideremos la alternativa. No entenderemos el atractivo de la fama a menos que nos demos cuenta de lo poco atractivo que es sentirse no famoso.  En una cultura tan permeada  por las imágenes impresas y electrónicas, en la que los menos de comunicación determinan ahora lo que es real y lo que no lo es, ser anónimo equivale a no ser nadie. Ser desconocido es sentir que no somos nada, pues nuestra carencia de ser queda constantemente contrastada frente a toda esa gente real cuyas imágenes dominan la pantalla, y cuyos nombres no cesan de aparecer en periódicos y revistas.”

La preocupación por la fama nos conecta con la sensación de carencia que atormenta nuestra sensación de si-mismo, esto se desarrolla a través del condicionamiento psicológico y social en respuesta a la aceptación de los demás, empezando por padres, hermanos y amigos.  Incluso ya de adultos siempre buscamos la aceptación de los demás. Sin embargo, darnos cuenta de que la fama, al igual que el dinero, no puede hacernos más reales, entonces escapamos de la trampa de intentar utilizarla para convertirnos en algo especial.

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